Capítulo diecisiete.
Revelación y silencio
-Maldición, al final todo ese dinero era apenas suficiente para caviar y salmón. Qué tacaño ¬¬
Fleur Blanche caminaba malhumorada por las calles de Paris, había salido a comprar despensa, y el tendero del almacén la había mirado de la manera mas descaradamente extrañada posible al escuchar la solicitud de salmón y caviar.
-No quiero imaginar como me hubiera mirado de haberle dicho que era para el gato ¬¬-
-Comprende, Fleur, nunca en la vida habíamos comprado caviar… al menos no en nuestra vida juntos…-
Fleur volteó, había notado un dejo de tristeza en esas últimas palabras y miró a Gabriel que ahora caminaba cabizbajo. Ambos estaban conscientes de la razón por la que estaban juntos: el niño había quedado huérfano al morir su padre (trabajador de la prensa) en un accidente de trabajo. Para evitar la enorme y tardada cantidad de trámites legales, apresuraron la asignación de un tutor legal…
…una tutora, en realidad.
Fleur Blanche, apenas mayor de edad, una reportera tan prometedora que comenzaba a parecer amenazante. Nada mejor que aventarle una carga de tales dimensiones para distraerla.
La joven había aceptado por dos razones: en primer lugar, para demostrar que nadie sería capaz de derrotarla con intrigas de calaña colegial y en segundo lugar, porque la situación de Gabriel era parecida a la suya.
Eso le había dicho: que alguna vez la llamaban Selene, y que al quedar huérfana había recibido el apoyo suficiente para llegar a donde estaba ahora. Y le prometió que lo apoyaría de la misma manera para que pudiera algún día ser feliz haciendo lo que le diera la gana… y sin morirse de hambre.
Aun con todo, Gabriel sabía que era un gran peso para ella, por eso siempre la obedecía y soportaba sin ningún reclamo sus radicales cambios de humor. En realidad había terminado por quererla mucho y se esforzaba porque ella lo quisiera también. Su mayor felicidad era que a su protectora se le escapara alguna legítima muestra de afecto y su sueño era ser como ella.
-El caviar sabe horrible, Gabriel, no me gusta y no te gustará.
Pronunció Fleur cual niña mimada ante una comida desconocida, alborotándole un poco el cabello al pequeño. Gabriel volteó y su mirada se encontró con un travieso guiño.
Cruzaban la calle de San Honorato, y cuando el niño buscó con ojos golosos la famosa pastelería de la acera de enfrente, divisó en el aparador dos figuras que ya le eran inconfundibles.
-¡Fleur, mira!
La joven volteó hacia donde le señalaban y esbozó una sonrisa.
-Curioso. El Señor de Bergerac y su amiga la tramoyista están en venta, eso sí que es apoyo a un negocio a punto de quebrar.- inquirió mordazmente, decidiendo si debía acercarse -¡Y aquí llega el comprador!- completó al reconocer la alta y delgada figura de Henry Le Bret entrando por la puerta del establecimiento. Sin preguntar, tomó la mano de Gabriel y lo guió hacia allá, murmurando que tenían dinero para un pastelillo o dos.
-Sospechaba que te encontraría aquí.
Canelle y Cyrano voltearon al mismo tiempo al escuchar la voz de LeBret, pero en lugar de recibir el regaño que esperaban, se encontraron con un rostro sereno, enmarcado por aquella impecable barba y cabellera larga azabache recogida en una cola de caballo. Se acercó hacia ellos y tras saludar galantemente a la joven (recibiendo por respuesta un “Buenas tardes” mucho menos notorio que en carmín en las mejillas de la chica) se dirigió a Cyrano, quien inmediatamente trató de ignorarlo.
-Christian te busca.
-¿Eh? Pero si nos veríamos hasta más tarde.- afirmó Cyrano distraídamente, por el momento Christian no le importaba, quería seguir charlando con Canelle.
-Pues ha llegado al cuartel y tras revisarlo de cabo a rabo y no encontrarte, ha salido de ahí bastante molesto.- completó LeBret impasible, era obvio que a él tampoco le interesaba mucho.
-Si mi joven pupilo no te ha dicho donde y cuando debo encontrarlo, siéntate con nosotros, amigo mío.- invitó alegremente Cyrano, mostrándole el reducido espacio libre.
LeBret sonrió, no tenía nada mejor que hacer. Y ante la sorpresa de Canelle no solo fue a sentarse con ellos, sino que muy amablemente había solicitado el lugar entre ambos. Cyrano y Canelle se apartaron.
-Creo que nunca he hablado adecuadamente con vos, mademioselle.- pronunció el caballero regalándole una encantadora sonrisa a la jovecita, que solo se puso mas roja y asintió tímidamente.
Aquel hombre era el único que la trataba de esa manera, y no podía sentirse nada menos que intimidada. Para él era una dama… una dama frágil y delicada que debía rratarse con cortesía y delicadeza… ni siquiera ella misma se visualizaba así.
-¡Eh, Ragueneau!- exclamó Cyrano sin parecer percatarse de lo que acontecía -¡Tráele alguno de tus manjares a mi amigo LeBret, por favor!
Ragueneau saludó sonriente al recién llegado, la puerta del establecimiento acababa de cerrarse tras la fugaz compra de una joven acompañada de un niño. Una joven que ahora tenía una pregunta en la cabeza: “¿Qué negocios tenían el Señor de Bergerac y el Barón de Neuvillete?”. Gabriel ni siquiera preguntó, sabía que cuando Fleur estaba pensando, no había manera de sacarle una palabra. Mordisqueó el pastelillo en su mano en silencio... al menos no lo regañaría por comer dulces antes de la comida.
Pues el Barón de Nuevillete atendía ahora a alguien más…
-Y bien, Christian, ¿aún piensas que Cristina no me ha abandonado por largarse con otro?
…y se estaba arrepintiendo de ello.
Se había citado con el vizconde de Chagny, y lo había encontrado más furioso y resentido que nunca. Farfullaba algo acerca de cómo habían dejado el cuidado d Cristina a una vieja tan loca como la viuda de Valerius. O tal vez solo tan tonta como para creer ciegamente en lo que Cristina le inventaba.
-Más bien, es inaudito lo perversa que puede llegara ser Cristina, haciéndole creer a todo el mundo que su amante secreto es un Ángel de la Música. ¡Y yo creyéndola pura e inocente! Solo diviniza a su amante para que nadie le reproche nada, e incluso la tengan por víctima. ¿Cómo he podido amar a alguien así?
Lo más triste era que el joven Raúl completaba el reclamo en su mente: “¿Cómo puedo amar a alguien así?” Si no la amara no le importaría, no lo enfadaría… no le dolería. ¿Qué le hacía falta para ser amado por Cristina?
Christian resopló. ¿Roxana acaso no era similar? Amaba los versos de Cyrano, su inteligencia, su alma… de Christian solo su belleza. Roxana amaba a ambos a la vez…. Pero no lo sabía, y mucho menos podría imaginarse que a quien amaba más era a Cyrano. Eso debía cambiar inmediatamente. Era totalmente necesario.
Pero al llegar al cuartel no había encontrado a Cyrano. ¿En dónde estaba? ¿Qué tal si elegía precisamente ese día para desaparecerse en una de sus improvisadas parrandas? Si Roxana supiera a quien amaba en realidad, seguro ya no lo haría tanto al tomar conciencia de todos los defectos de su primo: además de su famosa bravuconería que tenía a medio Paris con el puño alzado hacia él, aquel orgullo le dejaba claro que el hombre no podía admirar ni amar a nadie más que a él mismo, y andaba por la vida haciendo lo que se le diera la gana, dejando al futuro sin cimiento alguno, y dedicándose a obtener placeres inmediatos que no le traerían ni cinco minutos después. ¿Quién podría amar a alguien así? Aquella era su ventaja: él amaría a Roxana con toda su alma, y cada uno de sus esfuerzos sería para darle felicidad y sostén.
-Parece que también tienes problemas.
Inquirió Raúl al mirar que el ceño fruncido de su amigo en lugar de desaparecer se acentuaba.
-Pienso solucionarlos hoy.
El Vizconde guardó silencio ante la hostilidad en aquella respuesta. Al parecer su amigo no estaba de humor de hablar… pidió otra copa de vino, y ambos se quedaron en silencio.
-¿Entonces piensan envejecer juntos? ¡Asombroso!
Barriga llena y corazón contento. Canelle no podía tener mejor escolta al caminar por las calles de Paris que un cadete de Gascuña a cada lado suyo. Durante las horas que pasó en la pastelería de Ragueneau se había llenado el estómago de dulzura, el ánimo de alegría y la cabeza de fascinantes descubrimientos. Desde que LeBret tenía un nombre tan poco gascón como Henry (lo detestaba, y no permitía que nadie lo llamara así), que había sido amigo de Cyrano desde su infancia (seguro que ambos jugaron con Roxana alguna vez… el cuadro de los tres pequeños niños resultó nada menos que tierno en su imaginación), que sus padres los habían enviado a enlistarse como Cadetes, hasta secretos tan bien guardados como que el nombre de Cyrano entre los filósofos era Dyrcona.
Parecía que Cyrano y LeBret eran de esas personas destinadas a estar juntas hasta que uno tuviera que enterrar al otro.
-Almas gemelas.- LeBret pareció leerle la mente, sonriendo –El mundo, tan romántico como es, ha delegado ese término a un par de amantes para toda la vida. Pero nosotros creemos que si tienes un “Alma gemela” no podrás tener con ella más que amistad.
Cyrano rió con ganas antes de completar la idea.
-¡Por supuesto!- exclamó risueño -¿Nos imaginas acaso como pareja? Ignorando que somos del mismo género, sería una relación bastante conflictiva. Una pareja debe complementarse, con las virtudes de uno compensando los defectos del otro y viceversa. Un “alma gemela” es tan parecida a ti que resultaría una pareja juy aburrida, ¿no lo crees?
Canelle asintió sonriendo, asombrada. –Ustedes son muy sabios.- elogió sinceramente.
Recibió un par de idénticas palmaditas en la espalda por ambos gascones antes de continuar su camino.
-No le demos más vueltas al asunto, debo ver a Christian.- dijo Cyrano con mucho menos ánimo. Se la había pasado tan bien aquél día…
El triste suspiro que intentó soltar por pensar en el desgraciado momento que le esperaba se interrumpió en cuanto Canelle tomó su mano y sin aviso alguno echó a correr.
-Vengan. Robémosle otro momento feliz al día.- exclamó sonriendo alegremente hacia los dos cadetes antes de concentrarse en el camino.
Los tres corretearon por intrincadas calles cada vez mas angostas y revueltas, hasta que su guía por fin aminoró el paso antes de llegar a una plaza… una plaza escondida y olvidada, rodeada por casuchas mal construidas en las que algunos habitantes de Paris apenas sobrevivían.
En medio de la plaza había una fuente sin una gota de agua, de su centro se erguía una estatua, que sin indicación alguna mostraba un jinete montado en un magnífico caballo alado, sosteniendo sus patas delanteras en el aire.
Cyrano y LeBret contemplaban el lugar mientras su respiración se regulaba, y miraron a Canelle entrar a la fuente y sentarse a los pies del caballo, sonriendo. Se miraron antes de seguirla.
-Ya que ustedes me han contado tanto hoy, les contaré algo yo también.- dijo radiante cuando sus compañeros se sentaron a cada lado de ella. –Encontré esta plaza cuando era pequeña… muy pequeña… estaba perdida, exhausta y hambrienta… pero al ver esta estatua me sentí mejor. Pasé la noche acurrucada entre las patas del caballo, y al día siguiente pude retomar la marcha.-
Volteó un poco para acariciar la estatua. –Fue la primera vez que sentí que no sobreviría hasta la mañana siguiente… pero al ver esta plaza supe que si podía estar aquí todavía, aunque nadie caminara por ella, aunque nadie lo recordara, aunque la fuente estuviera seca... entonces yo podría seguir adelante. Este ángel me dio nuevas fuerzas y un refugio para pasar la noche.-
Cyrano estiró la mano y con firmeza la puso sobre la de la jovencita, tocando con la punta de sus dedos al frío caballo. Ella sintió que su otra mano también era suavemente estrechada por LeBret.
-Os juro, damisela mía, que no volveréis a estar sola ni desprotegida mientras los Cadetes de Gasuña puedan impedirlo. ¿No es así, Cyrano?
Cyrano asintió solemnemente, antes de dedicarle una cálida sonrisa a Canelle.
La joven se sintió tan conmovida que al tratar de agradecer se dio cuenta de que un nudo en la garganta no se lo permitía. Acomodó sobre su regazo sus manos, aún sostenidas por las de ellos, y cabizbaja se quedó en silencio. Igual que sus amigos.
Silencio.
Cristina no sabía que era peor: si la desgarradora música, los intentos de Erik por entretenerla y hacerla conversar, sus desesperados ruegos de amor, o el silencio en aquella casa en medio de un Lago negro… una prisión… una tumba…
En aquella espléndida cama, tan abismalmente diferente al féretro que reposaba en otra habitación, Cristina se cubrió los oídos para evitar que los inundara el mortal silencio.
-Raúl.- susurró apenas con fuerzas, en un desesperado intento por luchar contra el silencio.
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Figúrense el ataque de frikes cuando, en mi primera visita a la biblioteca de la UAM-A, en la que le di una exhaustiva revisión a la sección de literatura, me encontré con El Otro Mundo.
No encontré un portal secreto ni nada, sino el libro escrito por Cyrano de Bergerac… el verdadero. En el prólogo del mismo me enteré de asuntos variados, algunos de ellos los he mencionado en este capítulo, como que LeBret se llamaba Henry, que se conocían desde niños y fue quien se encargó de publicar por primera vez el libro bajo el título “Historia Cómica del los Estados e Imperios del Sol y de la Luna”. Con una buena censurada, pero al menos no dejó morir su obra igual que el autor. Se supone que la versión que leí es la mas correcta. Iba a ser una trilogía, pero Cyrano murió antes de escribir “La Centella” que sería la tercera parte.
LeBret: ¿Era necesario que hicieras público mi nombre? ¬¬
-Bueno, pero dije que lo detestabas y que no permitías que nadie te llamara así, por lo tanto nadie te llamará Henry :3
LeBret: Has vuelto a mencionarlo ¬¬
-o.o Si te vas a enojar contigo entonces tómalo como castigo por desaparecerte. Te necesito aquí, ¿sabes?
LeBret: Discúlpame por no ser un irresponsable como Cyrano y no escaparme del cuartel cada vez que Carbon se voltea ¬¬
-Pues te escapaste hoy…
LeBret: Esteeemmm… además, ¿para qué? Apuesto lo que sea a que eso de la “damisela” solo fue para él un jueguito caballeresco.
-A Canelle debe caerle el veinte de que es una damisela, si no a nadie mas puede caerle, ¿ves?
LeBret: Y supongo que querrás que hable con Cyrano para que deje de gruñirte evitando escribir cada vez que aparezca Chrisitian… ¿pero quién hablará con Erik?
-Pues en circunstancias normales no le hablaría a Cristina, pero… ¡este capítulo se atascó TRES semanas!
LeBret: Que triste pensar que nuestro destino está en tus manos…
-¡OYE!
**LeBret emprende una graciosa huída (mas bien una desaparición mágica)**
miércoles, 22 de octubre de 2008
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